No tenemos ni para pipas. Nuestro Gobierno no va a dejar títere con cabeza.
A nadie le gusta las medidas impopulares, a nadie le gusta que le recorten el sueldo, le quiten la paga extra de Navidad o que no pueda pensar siquiera en coger unos días de merecido asueto.
Pero así están las cosas después de tanto derroche, despilfarro, de una cultura asentada en el «pelotazo», sin control estatal donde los excesos se han prodigado en la sociedad en general, en la clase política, en sobresueldos disparatados, en prebendas surrealistas, en indemnizaciones astronómicas, en una falta absoluta de coherencia y respeto hacia la buena conducta. Y esto nos ha salpicado a todos, a los buenos y a los malos, a los prudentes y a los malvados, al juicioso y al avaro porque a golpe de talón todo es más fácil y el tiempo no te exige la justificación de tus actos.
Duro es saber que a todos nos metan en el mismo saco pero ante la antítesis del país que somos, ante esa doble cara que exhibimos según sea el escenario, solo nos queda no bajar los brazos y anteponernos a la humillación de muchos y hacer un camino único para retomar la senda de lo útil, lo práctico, un camino que aún siendo espigado y casi letal para tantos nos permita recobrar el juicio, la honestidad, el auténtico liderazgo.
No va a ser fácil educar a un país minado de tanto esperpento donde la casualidad emerge con tanta finura en señal de pretexto, esquivando responsabilidades y dañando la economía de pueblos enteros, familias reducidas a la nada, ahorros esquilmados mientras todavía oímos el rugido de algunos motores de lujo silenciarse calle abajo.
Entiendo que en la situación actual «crecer y crear empleo no sea posible«: no tenemos ni para pipas, estamos endeudados hasta la médula.
Pagar los platos rotos nos está costando y nos va a seguir costando sudores y lágrimas y ya se sabe que no todos lloraremos por igual ya que la justicia no reconoce el varapalo de la crisis y sus efectos, el pobre más pobre, el rico un poco más tieso.
La asertividad no ha sido nuestra mejor cualidad. No respondemos a principios reales de integración, demasiados golpes en el pecho, demasiadas fronteras en un país que rinde cuenta a ellas sin contemplar al vecino como antónimo de su pobreza, de su riqueza, de sus desvaríos pero también como un aliado, una oportunidad, una fuerza capaz de ser más fuertes en el mismo destino.
Las circunstancias obligan y apelar a lo incierto es una batalla perdida. 65.000 millones de euros en dos años no parece matemática adversa cuando las previsiones te llevan al filo del precipicio. Una cifra tangible que no escatimará un ápice en ampliar su franja de éxito.
Sí o sí, esa es la cuestión aunque no todas las medidas contribuyan a un claro ejercicio de estrategia, otras me parezcan injustificadas y algunas hace siglos que debieron tomarse desde el más puro raciocinio.
El euro es lo que cuenta, arrancar hasta la última moneda de un país sumido en un rescate, a un plazo fijo y bajo la observancia del dictado europeo.
Pero no debemos desviar la atención ante un modelo administrativo caduco y obsoleto.
Reducir el déficit conlleva prácticas internas de ajuste y reconversión de un modelo de gestión que dispara el gasto, amplifica las competencias, ralentiza proyectos e iniciativas y genera, sobre todo, confusión y falta de transparencia.
Homogeneizar las retribuciones de los alcades y concejales, reducir sus asientos un 30%, ajustar el número de liberados sindicales, reducir en un 20% las subvenciones a partidos políticos, sindicatos y patronos es solo el principio de la extracción de un análisis maduro y necesario que debe no solo configurar un paisaje más acertado de nuestra gestión interna sino un decorado diferente, un debate en torno a nuestras propias debilidades que respetando identidades nos permita afrontar los retos de un mundo globalizado y en permanente cambio.
Dos años no es mucho tiempo para cambiar la inconsciencia de un país. De hecho ningún parado se afanará en buscar empleo por rebajar su percepción un 10% a partir del séptimo mes.
El ánimo no es una cuestión de pintar círculos en el cielo. El ánimo tiene que estar refrendado por una realidad palpable: empleo.
Y eso no se consigue mermando las expectativas de un sector, el turístico, frenado por la estática del turismo nacional, cosido por el aumento de sus costes directos, su esforzada contención de precios pero capaz de crear empleo.
Este sector no puede quedar al margen de esta pieza clave que inyecta el consumo ni ser contemplado como un sector productivo más, ya que su carácter estratégico, pese a quién pese, exige el proteccionismo del Estado ante la errónea subida del IVA.
No solo dejaremos de ingresar más sino que emplearemos menos ante una reducción de la demanda y un menor gasto del turismo nacional y extranjero.
Entiendo que no tengamos para pipas y muchos pensarán que arrimo harina a mi costal pero de tanto rascar no podemos perder la objetividad ni el sentido de una estrategia orientada a la defensa de nuestra unidad e intereses comunes.
Se equivoca, los ricos, y mire las estadísticas, mucho, mucho mas ricos, entre ellos Amancio Ortega, en estas crisis y con las políticas actuales (no solo en España, si no en Europa y debido a quien gobierna, exclusivamente) las rentas mas altas estan prácticamente exentas del pago de cualquier impuesto, excepto los indirectos y ni siquiera ya que lo desgravan
Mire, datos frios: http://www.publico.es/dinero/441485/los-beneficios-ganan-terreno-a-los-salarios-en-la-riqueza-nacional
Por eso me molesta algo esta actitud muy de ex votantes (no digo que uste lo sea) del PP que desilusionados aun no ven la realidad, de todo el dinero ficticio, la clase trabajadora, esto es el 95% no ha olido NADA, y una exigua minoría se ha, literalmente forrado, y lo peor es que ese 95% esta pagando al 5% restante, pro ejemplo los rescates bancarios, vamos la social democracia al reves
Un saludo
Gracias Ignacio por el comentario aunque discúlpame, creo que no contribuye al objeto fundamental de este post: la aplicación del Iva al sector turístico.
Saludos