Estar trabajando, ya sabes, uno de esos tantos días delante del PC, tu teléfono inteligente y el que no lo es tanto, contestas mail, hablas con clientes, sacas una sonrisa a tu compañero de al lado, entras en redes sociales, interactúas, amplías tus contactos…..
Uno de esos tantos días como otros donde te afanas en hacer las cosas con cierta pericia, con paciencia, honestidad sabiendo que no hay ventaja que no suponga un esfuerzo, que duros a pesetas es coloquio para unos cuántos, en fin, uno de esos días que al final de tantas horas concluye con uno de esos tweets deformes, uno de esos tweets multioferta para hacerte de seguidores, para aumentar el número de una comunidad que ni siquiera respetan, tu comunidad, la que preservas de huevecillos, candados, frases malolientes o impostores, una comunidad sana, fresca en su TL, una comunidad que pretendes construir con la aportación de muchos, los que eliges, los que escuchas, los que conversan y que deseas mantener al margen de falsos perfiles y dudosas estrategias.
El tipo en cuestión me molesta con su avatar de Forrest Gump, me ha hecho perder dos segundos preciosos en mi teléfono inteligente que no filtra la estupidez, la falsa invitación.
Al parecer en esto de las Redes Sociales muchos tienen tiempo para sacar sus manuales de historia y exhibirlos al mundo, para leernos sus libros mirándose el ombligo, para embaucar al prójimo.
Y claro, es fácil, la red no filtra, como mi teléfono inteligente, la insana costumbre de que cualquiera aparezca vendiéndote el antídoto para cualquier asunto. Te pillan en LinkedIn y ya tienes una oferta de servicios de limpieza, software, etc. por extraña que te parezca a tu perfil, a lo que haces, a tus necesidades si es que las tienes.
Parece que para muchos cualquier cosa vale con tal de venderse a toda costa y ni siquiera a un precio razonable porque no saben realmente cuanto cuesta esa osadía, esa intromisión, ese modo áspero de llegar a cualquier precio.
La tecnología no filtra las emociones, no separa lo bueno de lo malo o distingue el gris humano entre una amalgama de colores. La tecnología es lineal cuando se trata de filtrar emociones, de poner un poco de cordura en las relaciones.
Parece que todo vale pero no es así: eso no ha cambiado.
En los entornos digitales sigo decidiendo mis conexiones, mis expectativas, mis escuchas y mis silencios, si quiero, prolongados. No pongo condiciones a nadie excepto aquéllas que del sentido común y una necesaria y suficiente educación se nutre el mensaje o esa escucha activa.
Pero, por favor, que no vengan a tocarme los mea culpa después de un largo día de trabajo, a interrumpirme la aceleración con desvergüenza a venderme chicholinas que ni siquiera pedí o sugerí porque no me conoces, porque confundes lo que hago, porque te importo menos que el papel que pisas.
Y es ahí, mi querido Forrest, sea cual sea tu avatar, donde te diluyes, donde de repente esos dos segundos donde me emboscaste perdiste la posibilidad de conocernos por tu arrogante conducta.
Los entornos sociales son humanos y las conversiones no pueden medirse sin valorar nuestra naturaleza, seres que navegan en redes que no filtran emociones pero que sienten.
Y a ti, ¿ no te ha pasado ?
¡Claro que nos ha pasado! Somos nosotros los que tenemos que filtrar, escoger, discernir y/o reportar por spam. Afortunadamente las máquinas aún no pueden hacerlo todo y los seres humanos seguimos siendo imprescindibles.
Si un día esto cambiase habría que empezar a preocuparse.